El antisemitismo es un término que hace referencia al prejuicio o la hostilidad abierta hacia los judíos como grupo generalizado. Suele manifestarse en una combinación de prejuicios de tipo religiosos, raciales, culturales y étnicos. Aunque la etimología del término podría dar a entender que se trate de un prejuicio contra los pueblos semitas en general, el término se usa en forma exclusiva para referirse a la hostilidad contra los judíos.
El antisemitismo puede manifestarse de muchas formas, desde formas de odio o discriminación individuales, ataques de grupos nucleados con dicho propósito, o incluso violencia policial o estatal.
El antisemitismo puede manifestarse de muchas formas, desde formas de odio o discriminación individuales, ataques de grupos nucleados con dicho propósito, o incluso violencia policial o estatal.
El término semita hace referencia a Sem, quien según los escritos bíblicos fue el primogénito de Noé del que descenderían los hebreos, los asirios, babilonios, los elamitas, así como los árabes y otras comunidades de Oriente Próximo y Medio. Por extensión, semita se empezó a utilizar para designar a los pueblos hablantes de las lenguas semíticas y sus realizaciones culturales. Pese a carecer de toda base étnica, y al igual que sucedió con el término ario, la voz semita se transfirió de su significado lingüístico original a un nuevo significado racial.
Origen del término
El odio a los judíos está documentado desde los orígenes del cristianismo y hay hipótesis que lo sitúan ya en la época helenística. Sin embargo, el nacimiento del antisemitismo como corriente de pensamiento moderna está ligado a la eclosión de los nacionalismos en el siglo XIX europeo, que tuvieron como bandera común la idea "un pueblo, un estado" y que está en el origen del concepto de Estado-nación. Al calor de esa idea se formaron diversos estados europeos, surgidos del desmembramiento de los imperios o bien a través de la unificación de estados con similar cultura y lengua (como Italia y Alemania).
El término antisemitismo fue acuñado en 1879 por el periodista Wilhelm Marr en su libro Zwanglose Antisemitische Hefte (y Wilhelm Scherer empleó ese mismo año el término Antisemiten en Neue Freie Presse), utilizándolo por primera vez en un panfleto antisemita que exhortaba a la hostilidad contra los judíos desprovisto de toda connotación religiosa. El panfleto de Marr, publicado en Berna, tuvo mucho éxito (doce ediciones en el mismo año) y fundaría unos meses después la Liga de los antisemitas (Antisemiten-Liga).
Paralelamente a ese desarrollo nacionalista, y atravesándolo en muchas ocasiones, evolucionó el moderno antisemitismo, que en esencia consideraba a los judíos como pueblo apátrida, ajenos al cuerpo de la nación y enemigos potenciales de ésta. El antisemitismo moderno no tiene ya, por tanto, connotaciones religiosas, al contrario que la tradicional judeofobia, aunque puede aparecer ligado a ésta.
El filósofo israelí Gustavo Perednik ha insistido en su obra en que el término "antisemitismo" es equívoco y debería ser reemplazado por el más apropiado de "judeofobia", acuñado por León Pinsker en 1882.
Las obras antisemitas más difundidas son Los Protocolos de los Sabios de Sión (Rusia, 1905) y Mi lucha (de Adolf Hitler), que proponía una solución final al problema judío, la cual llevó al Holocausto que tuvo lugar en la Alemania Nazi cuando Hitler llegó al poder.
Historia
El antisemitismo ha adoptado formas diversas a lo largo del tiempo (no siempre reconocidas como tal), muchas veces incongruentes entre sí:
Los judíos fueron acusados por los nacionalistas de ser generadores del comunismo; por los comunistas de regir el capitalismo. Si viven en países no judíos, son acusados de dobles lealtades; si viven en el país judío, de ser racistas. Cuando gastan su dinero, se les reprocha ser ostentosos; cuando no lo gastan, ser avaros. Son tildados de cosmopolitas sin raíces o de chauvinistas empedernidos. Si se asimilan al medio, se les acusa de quintacolumnistas, si no, de recluirse en sí mismos.
Gustavo Perednik, España descarrilada, 2005
El escritor Ernesto Sábato expresó lo mismo en otras palabras: «el judío es banquero y bolchevique, avaro y dispendioso, limitado a su gueto y metido en todas partes. [...] La judeofobia es de tal naturaleza que se alimenta de cualquier manera. El judío está en una situación tal que cualquier cosa que haga o diga servirá para avivar el resentimiento infundado.»[1]
Los especialistas suelen distinguir tres épocas claramente diferenciables en la historia del antisemitismo, que ha dado lugar a tres tipos de naturaleza bien distinta:
Antisemitismo religioso: el cristianismo, que comenzó como movimiento dentro del judaísmo, demonizó al judío a través de toda clase de libelos y fomentó durante siglos el odio anti-judío por toda Europa. Además de la hostilidad religiosa, se produjeron las conversiones a la fuerza, que dieron lugar al fenómeno del marranismo. Las persecuciones normalmente tuvieron carácter local. Muchos judíos expulsados se instalaron en tierras del Islam, donde corrieron distinta suerte según lugares y épocas, desde la tolerancia legal como grupo social inferior (véase dhimmi) hasta eventuales persecuciones y matanzas, pero en general no sufrieron el acoso al que se vieron sometidos sus correligionarios europeos, ni se les obligó de forma directa a convertirse a la fe musulmana (aunque hay documentadas conversiones forzosas), si bien la situación de inferioridad y de indefensión eran una invitación a convertirse al Islam.
Antisemitismo racial: A finales del siglo XIX, cuando los prejuicios religiosos comienzan a quedar desacreditados gracias al liberalismo y a las ideas de la Ilustración, surge en Alemania y después en Francia una nueva fase del antisemitismo –el antisemitismo por antonomasia–, esta vez vinculado a la noción de raza y a la construcción de las naciones, sin connotaciones religiosas, sino nacionalistas y racistas, y circunscrito principalmente a Europa. Tuvo su máxima expresión durante el nazismo.
Antisemitismo ideológico (también conocido como «nuevo antisemitismo»): Tras conocerse el Holocausto y después del Concilio Vaticano II, el antisemitismo tradicional, basado en la raza o en la religión, prácticamente había desaparecido. Según algunos autores, surge entonces un nuevo antisemitismo[1], que esta vez estaría asociado a la nueva izquierda postsesentayochista y al mundo islámico, y se centra en la legitimidad del Estado de Israel y del conflicto territorial en Oriente Medio. A juicio de los autores que propugnan el concepto, este nuevo antisemitismo «demoniza» el sionismo (al convertirlo en sinónimo de «colonialismo», «imperialismo», «supremacismo» y «racismo») y a «Israel» (como abstracción que encarna nuevamente el mal absoluto, el «judaísmo mundial» y lo «eterno judío»). Aunque no todo el antisionismo es antisemita, este concepto ha servido como refugio de un nuevo antisemitismo.
Véase también: Neoantisemitismo y Negacionismo
Formas de antisemitismo
Artículo principal: Alegatos antisemitas
Algunas de las formas más persistentes del antisemitismo tradicional se basan en estereotipos, calumnias y mitos que han perdurado durante siglos, y que todavía dejan rastro en el lenguaje, en la cultura y en frases hechas. Otras, como el mito del dominio mundial, son formulaciones más modernas y plenamente vigentes. A continuación se citan algunas de las formas de antisemitismo más conocidas:
Mito del deicidio
El deicidio –el asesinato de Dios– es el mito antisemita más antiguo y el más importante, hasta la irrupción del actual mito sobre la dominación mundial. Su base está en Mateo 27, 15-25. En este pasaje los habitantes de Jerusalén liderados por el sumo Sacerdote Caifás le exigen a Pilatos que condene a Jesucristo. El mito del deicidio fue invocado por vez primera por Melitón, obispo de Sardes, hacia el año 150: «Dios ha sido asesinado, el Rey de Israel fue muerto por una mano israelita.» Durante siglos, este meme fue repetido, generación tras generación y, aunque nunca fue doctrina oficial de la Iglesia, estaba tan arraigado en los sermones cristianos que el Concilio Vaticano II, en 1965, tuvo que ocuparse de ello. En su declaración Nostra Aetate dispuso que «no puede ser imputado indistintamente ni a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. No se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios y malditos». Gracias al concilio y a las tajantes intervenciones papales (tanto Juan XXIII como Juan Pablo II se opusieron activamente al tradicional antisemitismo), pero también a la pérdida de centralidad de las disputas religiosas en las sociedades occidentales, el mito del deicidio está en franca retirada.
La traición de Judas
Judas Iscariote ha pasado a la tradición cristiana posterior como el traidor por antonomasia. La animadversión popular hacia el personaje se expresa fielmente en la quema, apedreamiento o linchamiento ritual de numerosos muñecos llamados Judas en Carnaval, Semana Santa u otras fiestas populares en distintas celebraciones de España e Hispanoamérica. Esta animadversión hacia Judas, y también hacia los sacerdotes judíos que contrataron sus servicios, fue desviada para que contribuyera al antisemitismo, facilitando la formación de un estereotipo negativo sobre el pueblo judío. A ello ayudó la semejanza entre el nombre de persona Judas y la palabra judío, término que deriva del nombre del reino de Judá (del hebreo יְהוּדָה, Yehudá, hijo de Jacob). La generalización tuvo éxito a pesar de que evidentemente Judas no era el único judío entre los apóstoles, de que los demás apóstoles judíos no traicionaron a Jesús y de que el propio Jesús fue judío.
Leyendas antisemitas
Leyendas con carácter antisemita, difundidas en tradiciones occidentales. Entre las más conocidas están la leyenda del judío errante y las leyendas sobre Judas.
Libelo de sangre
Básicamente, consiste en la acusación de que los judíos asesinan a no judíos (en especial cristianos, o bien niños, tanto propios como ajenos) con el fin de utilizar su sangre en la Pascua o en otros rituales. Hubo cientos de libelos basados en esta creencia, con nuevas variantes que se iban incorporando a lo largo de los siglos. Una primera versión está documentada en 1182 en Zaragoza (España) y acabó incluyéndose en El Código de las siete partidas (1263): «Hemos oído decir que en ciertos lugares durante el Viernes Santo los judíos secuestran niños y los colocan burlonamente en la cruz.» No eran simples leyendas para entretener a la audiencia: esos mitos ejercieron de desencadenantes de numerosas persecuciones, ensañamientos y crímenes. Las expulsiones de judíos iban precedidas de un clima hostil creado mediante esta clase de libelos.
A pesar de sus variantes, todos los libelos de sangre siguen un esquema parecido:
Se encontraba un cadáver (habitualmente un niño y cerca de la Pascua cristiana).
Los judíos eran acusados de haberlo asesinado y de usar su sangre con fines rituales (por ejemplo, para amasar el pan ácimo de la Pascua hebrea).
Los principales rabinos eran torturados hasta que confesaban el supuesto crimen.
El resultado era la expulsión de toda la comunidad judía de esa comarca, o directamente su exterminio.
Este mito ha estado tan arraigado en la cultura religiosa española, que es muy fácil seguir su rastro a través de numerosas iglesias que homenajean a niños supuestamente víctimas de los judíos. La literatura ofrece también numerosas muestras: desde el El niño inocente de La Guardia, de Lope de Vega hasta La rosa de pasión de Gustavo Adolfo Bécquer, ambos sobre el santo niño mártir de La Guardia, el libelo de sangre que precedió a la expulsión de los judíos de 1492.
Otro mito relacionado con el libelo de sangre es el de la «profanación de la hostia», que consistía en acusar a los judíos de robar las hostias de la sacristía con el fin de «atormentarlas» y reeditar el sufrimiento de la pasión y el deicidio. Normalmente tenía igualmente consecuencias nefastas para los judíos en forma de persecuciones y matanzas. Un ejemplo es la celebración en Segovia de una supuesta profanación en 1415 que, se dice, provocó un terremoto y que se saldó con la confiscación de la sinagoga y la ejecución de los rabinos.
Mito del dominio mundial
Edición alemana del El judío internacional de Henry Ford
Ya en 1807 el canónigo jesuita de la Catedral de Notre-Dame, Agustín Barruel, alertó al gobierno francés acerca de un supuesto complot judío internacional «que transformaría iglesias en sinagogas». No obstante, la plasmación más conocida de este mito son Los protocolos de los sabios de Sión, un libelo escrito en 1902 que, pese a que se sabe falso de forma fehaciente, sigue siendo reeditado sin descanso, especialmente en los países árabes. Hay otras variantes muy extendidas del mito del dominio mundial como son la «conspiración judeomasónica» (utilizada de forma recurrente por el régimen franquista) o la del «lobby judío» (la pretensión de que «los judíos» son un ente homogéneo que actúa coordinadamente a nivel mundial), esta última especialmente vigente entre la izquierda política y, en general, entre los partidarios de las teorías de la conspiración.[2]
Confusión del uso de los términos semita y judío
Aunque el término antisemitismo siempre se ha referido al odio a los judíos, con el fin de evitar confusiones en referencia a otros pueblos que hablan lenguas semíticas, algunos autores[3] prefieren el uso de términos equivalentes no ambiguos, como judeofobia o antijudío, reservando antisemitismo para su uso en referencias históricas a las ideologías antijudías de la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. (wzo.org.il, La naturaleza de la judeofobia).
Controversias sobre el uso actual del término
En la actualidad, algunos críticos con las políticas del gobierno israelí denuncian que el término antisemitismo es a veces utilizado de forma impropia para tachar o deslegitimar a aquellos autores que critican las políticas de Israel. Esta es la opinión de autores como Alex Cokburn o el rabino David Saperstein (representante en Washington del Movimiento para la Reforma del Judaísmo),[4] entre otros:
Existen muchos argumentos, desde el punto de vista palestino, para considerar que Israel es de hecho un estado terrorista. Aun así, si este no fuera el caso, tal aseveración no sería de por si evidencia de antisemitismo. Únicamente si una pancarta dijese "Todos los judíos son terroristas", estaría Fox en lo correcto. El problema retórico es equiparar "Israel" o "el Estado de Israel" con "judíos", y argumentar que son sinónimos. Ergo, criticar a Israel es ser antisemita.
A. Cokburn, véase artículo en The Free Press.
Son ejemplos de esta utilización del término el que la BBC haya sido acusada por el gobierno israelí de antisemitismo por el hecho de realizar un documental sobre un terrorista kamikaze,[5] o que el economista estadounidense Paul Krugman (premio Nobel de Economía) haya sido acusado también de antisemitismo por un artículo que escribió en el New York Times.[6] En él, Krugman opinaba que los líderes de países árabes eran arrastrados a mantener un discurso anti-israelí y anti-americano debido al hecho que las políticas de estos países alimentan estos sentimientos en los países árabes.7 Esta opinión provocó una avalancha de críticas hacia el autor, entre las cuales la de antisemitismo.8
Sin embargo, otros autores consideran que, aunque antisemitismo y antisionismo son conceptualmente distintos, el antisionismo es la forma políticamente correcta que adopta a menudo el antisemitismo.9
El profesor Edward Kaplan, de la Universidad de Yale, junto con la colaboración de Charles Small, efectuaron un estudio estadístico titulado "Anti Israel Sentiment predicts Antisemitism in Europe: a statistical study" publicado en el Journal of Conflict Resolution donde mostró que la crítica a Israel está muy relacionada con sentimientos antisemitas.[10] Según el estudio de Kaplan y Small, un 56 por ciento de quienes tienen un sentimiento extremo contra Israel también resultaron ser antisemitas.
Por su parte, los defensores de Israel aceptan generalmente como perfectamente legítima la crítica a las políticas de Israel, siempre que sean como las que se efectúan a cualquier otro gobierno; pero, cuando se trata de una postura antiisraelí extrema (como negar de forma más o menos explícita el derecho a la existencia de dicho Estado, tal y como hace el antisionismo), lo consideran con frecuencia una forma moderna de antisemitismo (o judeofobia), tal y como lo expone Gustavo Perednik:
Aun cuando desde un punto de vista estrictamente teórico se podría ser antisionista y no judeofóbico, el antisionismo propone acciones que llevarían a la muerte de millones de judíos. Por ello en el mundo las dos expresiones de odio [a Israel y a los judíos] están íntimamente entrelazadas, como muchas veces revelan sus propios voceros.
Gustavo Perednik11
Según Pilar Rahola, la crítica legítima a Israel que se acompaña de ciertas expresiones (banalización del Holocausto, minimización del terrorismo palestino, etcétera), puede desembocar en antisemitismo.12
No obstante debe comprenderse que antisemita y antisionista no son sinónimos porque en primer lugar, no todos los sionistas son judíos, por ejemplo el sionismo cristiano se ha popularizado en muchas iglesias protestantes estadounidenses, grupos seculares de derecha conservadora suelen ser pro-sionistas, y los druzos, que son árabes, juraron lealtad al Estado de Israel y se introdujeron a su ejército por lo que puede considerárseles árabes sionistas. A la inversa, no todos los judíos son sionistas; algunos judíos son críticos a las políticas del Estado de Israel (la agrupación Judíos amigos de Palestina por ejemplo) ó incluso críticos a la misma existencia de Israel, como los judíos ultraortodoxos Neturei Karta, que se oponen totalmente a la existencia de Israel e incluso participan en actividades del grupo Hamás siendo judíos devotos. En sus orígenes, el sionismo era una ideología gestada por judíos seculares ya que los ortodoxos pensaban que sólo Dios podía restaurar Israel, por lo que los judíos ortodoxos del siglo XIX eran antisionistas. Así, no se puede decir que antisionismo y antisemitismo sean sinónimos pues, no todo sionista es judío, ni todo judío es sionista. No obstante, la gran mayoría de los antisemitas suelen utilizar el antisionismo como método para deslegitimar el derecho a la existencia del Estado judío.
Origen del término
El odio a los judíos está documentado desde los orígenes del cristianismo y hay hipótesis que lo sitúan ya en la época helenística. Sin embargo, el nacimiento del antisemitismo como corriente de pensamiento moderna está ligado a la eclosión de los nacionalismos en el siglo XIX europeo, que tuvieron como bandera común la idea "un pueblo, un estado" y que está en el origen del concepto de Estado-nación. Al calor de esa idea se formaron diversos estados europeos, surgidos del desmembramiento de los imperios o bien a través de la unificación de estados con similar cultura y lengua (como Italia y Alemania).
El término antisemitismo fue acuñado en 1879 por el periodista Wilhelm Marr en su libro Zwanglose Antisemitische Hefte (y Wilhelm Scherer empleó ese mismo año el término Antisemiten en Neue Freie Presse), utilizándolo por primera vez en un panfleto antisemita que exhortaba a la hostilidad contra los judíos desprovisto de toda connotación religiosa. El panfleto de Marr, publicado en Berna, tuvo mucho éxito (doce ediciones en el mismo año) y fundaría unos meses después la Liga de los antisemitas (Antisemiten-Liga).
Paralelamente a ese desarrollo nacionalista, y atravesándolo en muchas ocasiones, evolucionó el moderno antisemitismo, que en esencia consideraba a los judíos como pueblo apátrida, ajenos al cuerpo de la nación y enemigos potenciales de ésta. El antisemitismo moderno no tiene ya, por tanto, connotaciones religiosas, al contrario que la tradicional judeofobia, aunque puede aparecer ligado a ésta.
El filósofo israelí Gustavo Perednik ha insistido en su obra en que el término "antisemitismo" es equívoco y debería ser reemplazado por el más apropiado de "judeofobia", acuñado por León Pinsker en 1882.
Las obras antisemitas más difundidas son Los Protocolos de los Sabios de Sión (Rusia, 1905) y Mi lucha (de Adolf Hitler), que proponía una solución final al problema judío, la cual llevó al Holocausto que tuvo lugar en la Alemania Nazi cuando Hitler llegó al poder.
Historia
El antisemitismo ha adoptado formas diversas a lo largo del tiempo (no siempre reconocidas como tal), muchas veces incongruentes entre sí:
Los judíos fueron acusados por los nacionalistas de ser generadores del comunismo; por los comunistas de regir el capitalismo. Si viven en países no judíos, son acusados de dobles lealtades; si viven en el país judío, de ser racistas. Cuando gastan su dinero, se les reprocha ser ostentosos; cuando no lo gastan, ser avaros. Son tildados de cosmopolitas sin raíces o de chauvinistas empedernidos. Si se asimilan al medio, se les acusa de quintacolumnistas, si no, de recluirse en sí mismos.
Gustavo Perednik, España descarrilada, 2005
El escritor Ernesto Sábato expresó lo mismo en otras palabras: «el judío es banquero y bolchevique, avaro y dispendioso, limitado a su gueto y metido en todas partes. [...] La judeofobia es de tal naturaleza que se alimenta de cualquier manera. El judío está en una situación tal que cualquier cosa que haga o diga servirá para avivar el resentimiento infundado.»[1]
Los especialistas suelen distinguir tres épocas claramente diferenciables en la historia del antisemitismo, que ha dado lugar a tres tipos de naturaleza bien distinta:
Antisemitismo religioso: el cristianismo, que comenzó como movimiento dentro del judaísmo, demonizó al judío a través de toda clase de libelos y fomentó durante siglos el odio anti-judío por toda Europa. Además de la hostilidad religiosa, se produjeron las conversiones a la fuerza, que dieron lugar al fenómeno del marranismo. Las persecuciones normalmente tuvieron carácter local. Muchos judíos expulsados se instalaron en tierras del Islam, donde corrieron distinta suerte según lugares y épocas, desde la tolerancia legal como grupo social inferior (véase dhimmi) hasta eventuales persecuciones y matanzas, pero en general no sufrieron el acoso al que se vieron sometidos sus correligionarios europeos, ni se les obligó de forma directa a convertirse a la fe musulmana (aunque hay documentadas conversiones forzosas), si bien la situación de inferioridad y de indefensión eran una invitación a convertirse al Islam.
Antisemitismo racial: A finales del siglo XIX, cuando los prejuicios religiosos comienzan a quedar desacreditados gracias al liberalismo y a las ideas de la Ilustración, surge en Alemania y después en Francia una nueva fase del antisemitismo –el antisemitismo por antonomasia–, esta vez vinculado a la noción de raza y a la construcción de las naciones, sin connotaciones religiosas, sino nacionalistas y racistas, y circunscrito principalmente a Europa. Tuvo su máxima expresión durante el nazismo.
Antisemitismo ideológico (también conocido como «nuevo antisemitismo»): Tras conocerse el Holocausto y después del Concilio Vaticano II, el antisemitismo tradicional, basado en la raza o en la religión, prácticamente había desaparecido. Según algunos autores, surge entonces un nuevo antisemitismo[1], que esta vez estaría asociado a la nueva izquierda postsesentayochista y al mundo islámico, y se centra en la legitimidad del Estado de Israel y del conflicto territorial en Oriente Medio. A juicio de los autores que propugnan el concepto, este nuevo antisemitismo «demoniza» el sionismo (al convertirlo en sinónimo de «colonialismo», «imperialismo», «supremacismo» y «racismo») y a «Israel» (como abstracción que encarna nuevamente el mal absoluto, el «judaísmo mundial» y lo «eterno judío»). Aunque no todo el antisionismo es antisemita, este concepto ha servido como refugio de un nuevo antisemitismo.
Véase también: Neoantisemitismo y Negacionismo
Formas de antisemitismo
Artículo principal: Alegatos antisemitas
Algunas de las formas más persistentes del antisemitismo tradicional se basan en estereotipos, calumnias y mitos que han perdurado durante siglos, y que todavía dejan rastro en el lenguaje, en la cultura y en frases hechas. Otras, como el mito del dominio mundial, son formulaciones más modernas y plenamente vigentes. A continuación se citan algunas de las formas de antisemitismo más conocidas:
Mito del deicidio
El deicidio –el asesinato de Dios– es el mito antisemita más antiguo y el más importante, hasta la irrupción del actual mito sobre la dominación mundial. Su base está en Mateo 27, 15-25. En este pasaje los habitantes de Jerusalén liderados por el sumo Sacerdote Caifás le exigen a Pilatos que condene a Jesucristo. El mito del deicidio fue invocado por vez primera por Melitón, obispo de Sardes, hacia el año 150: «Dios ha sido asesinado, el Rey de Israel fue muerto por una mano israelita.» Durante siglos, este meme fue repetido, generación tras generación y, aunque nunca fue doctrina oficial de la Iglesia, estaba tan arraigado en los sermones cristianos que el Concilio Vaticano II, en 1965, tuvo que ocuparse de ello. En su declaración Nostra Aetate dispuso que «no puede ser imputado indistintamente ni a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. No se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios y malditos». Gracias al concilio y a las tajantes intervenciones papales (tanto Juan XXIII como Juan Pablo II se opusieron activamente al tradicional antisemitismo), pero también a la pérdida de centralidad de las disputas religiosas en las sociedades occidentales, el mito del deicidio está en franca retirada.
La traición de Judas
Judas Iscariote ha pasado a la tradición cristiana posterior como el traidor por antonomasia. La animadversión popular hacia el personaje se expresa fielmente en la quema, apedreamiento o linchamiento ritual de numerosos muñecos llamados Judas en Carnaval, Semana Santa u otras fiestas populares en distintas celebraciones de España e Hispanoamérica. Esta animadversión hacia Judas, y también hacia los sacerdotes judíos que contrataron sus servicios, fue desviada para que contribuyera al antisemitismo, facilitando la formación de un estereotipo negativo sobre el pueblo judío. A ello ayudó la semejanza entre el nombre de persona Judas y la palabra judío, término que deriva del nombre del reino de Judá (del hebreo יְהוּדָה, Yehudá, hijo de Jacob). La generalización tuvo éxito a pesar de que evidentemente Judas no era el único judío entre los apóstoles, de que los demás apóstoles judíos no traicionaron a Jesús y de que el propio Jesús fue judío.
Leyendas antisemitas
Leyendas con carácter antisemita, difundidas en tradiciones occidentales. Entre las más conocidas están la leyenda del judío errante y las leyendas sobre Judas.
Libelo de sangre
Básicamente, consiste en la acusación de que los judíos asesinan a no judíos (en especial cristianos, o bien niños, tanto propios como ajenos) con el fin de utilizar su sangre en la Pascua o en otros rituales. Hubo cientos de libelos basados en esta creencia, con nuevas variantes que se iban incorporando a lo largo de los siglos. Una primera versión está documentada en 1182 en Zaragoza (España) y acabó incluyéndose en El Código de las siete partidas (1263): «Hemos oído decir que en ciertos lugares durante el Viernes Santo los judíos secuestran niños y los colocan burlonamente en la cruz.» No eran simples leyendas para entretener a la audiencia: esos mitos ejercieron de desencadenantes de numerosas persecuciones, ensañamientos y crímenes. Las expulsiones de judíos iban precedidas de un clima hostil creado mediante esta clase de libelos.
A pesar de sus variantes, todos los libelos de sangre siguen un esquema parecido:
Se encontraba un cadáver (habitualmente un niño y cerca de la Pascua cristiana).
Los judíos eran acusados de haberlo asesinado y de usar su sangre con fines rituales (por ejemplo, para amasar el pan ácimo de la Pascua hebrea).
Los principales rabinos eran torturados hasta que confesaban el supuesto crimen.
El resultado era la expulsión de toda la comunidad judía de esa comarca, o directamente su exterminio.
Este mito ha estado tan arraigado en la cultura religiosa española, que es muy fácil seguir su rastro a través de numerosas iglesias que homenajean a niños supuestamente víctimas de los judíos. La literatura ofrece también numerosas muestras: desde el El niño inocente de La Guardia, de Lope de Vega hasta La rosa de pasión de Gustavo Adolfo Bécquer, ambos sobre el santo niño mártir de La Guardia, el libelo de sangre que precedió a la expulsión de los judíos de 1492.
Otro mito relacionado con el libelo de sangre es el de la «profanación de la hostia», que consistía en acusar a los judíos de robar las hostias de la sacristía con el fin de «atormentarlas» y reeditar el sufrimiento de la pasión y el deicidio. Normalmente tenía igualmente consecuencias nefastas para los judíos en forma de persecuciones y matanzas. Un ejemplo es la celebración en Segovia de una supuesta profanación en 1415 que, se dice, provocó un terremoto y que se saldó con la confiscación de la sinagoga y la ejecución de los rabinos.
Mito del dominio mundial
Edición alemana del El judío internacional de Henry Ford
Ya en 1807 el canónigo jesuita de la Catedral de Notre-Dame, Agustín Barruel, alertó al gobierno francés acerca de un supuesto complot judío internacional «que transformaría iglesias en sinagogas». No obstante, la plasmación más conocida de este mito son Los protocolos de los sabios de Sión, un libelo escrito en 1902 que, pese a que se sabe falso de forma fehaciente, sigue siendo reeditado sin descanso, especialmente en los países árabes. Hay otras variantes muy extendidas del mito del dominio mundial como son la «conspiración judeomasónica» (utilizada de forma recurrente por el régimen franquista) o la del «lobby judío» (la pretensión de que «los judíos» son un ente homogéneo que actúa coordinadamente a nivel mundial), esta última especialmente vigente entre la izquierda política y, en general, entre los partidarios de las teorías de la conspiración.[2]
Confusión del uso de los términos semita y judío
Aunque el término antisemitismo siempre se ha referido al odio a los judíos, con el fin de evitar confusiones en referencia a otros pueblos que hablan lenguas semíticas, algunos autores[3] prefieren el uso de términos equivalentes no ambiguos, como judeofobia o antijudío, reservando antisemitismo para su uso en referencias históricas a las ideologías antijudías de la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. (wzo.org.il, La naturaleza de la judeofobia).
Controversias sobre el uso actual del término
En la actualidad, algunos críticos con las políticas del gobierno israelí denuncian que el término antisemitismo es a veces utilizado de forma impropia para tachar o deslegitimar a aquellos autores que critican las políticas de Israel. Esta es la opinión de autores como Alex Cokburn o el rabino David Saperstein (representante en Washington del Movimiento para la Reforma del Judaísmo),[4] entre otros:
Existen muchos argumentos, desde el punto de vista palestino, para considerar que Israel es de hecho un estado terrorista. Aun así, si este no fuera el caso, tal aseveración no sería de por si evidencia de antisemitismo. Únicamente si una pancarta dijese "Todos los judíos son terroristas", estaría Fox en lo correcto. El problema retórico es equiparar "Israel" o "el Estado de Israel" con "judíos", y argumentar que son sinónimos. Ergo, criticar a Israel es ser antisemita.
A. Cokburn, véase artículo en The Free Press.
Son ejemplos de esta utilización del término el que la BBC haya sido acusada por el gobierno israelí de antisemitismo por el hecho de realizar un documental sobre un terrorista kamikaze,[5] o que el economista estadounidense Paul Krugman (premio Nobel de Economía) haya sido acusado también de antisemitismo por un artículo que escribió en el New York Times.[6] En él, Krugman opinaba que los líderes de países árabes eran arrastrados a mantener un discurso anti-israelí y anti-americano debido al hecho que las políticas de estos países alimentan estos sentimientos en los países árabes.7 Esta opinión provocó una avalancha de críticas hacia el autor, entre las cuales la de antisemitismo.8
Sin embargo, otros autores consideran que, aunque antisemitismo y antisionismo son conceptualmente distintos, el antisionismo es la forma políticamente correcta que adopta a menudo el antisemitismo.9
El profesor Edward Kaplan, de la Universidad de Yale, junto con la colaboración de Charles Small, efectuaron un estudio estadístico titulado "Anti Israel Sentiment predicts Antisemitism in Europe: a statistical study" publicado en el Journal of Conflict Resolution donde mostró que la crítica a Israel está muy relacionada con sentimientos antisemitas.[10] Según el estudio de Kaplan y Small, un 56 por ciento de quienes tienen un sentimiento extremo contra Israel también resultaron ser antisemitas.
Por su parte, los defensores de Israel aceptan generalmente como perfectamente legítima la crítica a las políticas de Israel, siempre que sean como las que se efectúan a cualquier otro gobierno; pero, cuando se trata de una postura antiisraelí extrema (como negar de forma más o menos explícita el derecho a la existencia de dicho Estado, tal y como hace el antisionismo), lo consideran con frecuencia una forma moderna de antisemitismo (o judeofobia), tal y como lo expone Gustavo Perednik:
Aun cuando desde un punto de vista estrictamente teórico se podría ser antisionista y no judeofóbico, el antisionismo propone acciones que llevarían a la muerte de millones de judíos. Por ello en el mundo las dos expresiones de odio [a Israel y a los judíos] están íntimamente entrelazadas, como muchas veces revelan sus propios voceros.
Gustavo Perednik11
Según Pilar Rahola, la crítica legítima a Israel que se acompaña de ciertas expresiones (banalización del Holocausto, minimización del terrorismo palestino, etcétera), puede desembocar en antisemitismo.12
No obstante debe comprenderse que antisemita y antisionista no son sinónimos porque en primer lugar, no todos los sionistas son judíos, por ejemplo el sionismo cristiano se ha popularizado en muchas iglesias protestantes estadounidenses, grupos seculares de derecha conservadora suelen ser pro-sionistas, y los druzos, que son árabes, juraron lealtad al Estado de Israel y se introdujeron a su ejército por lo que puede considerárseles árabes sionistas. A la inversa, no todos los judíos son sionistas; algunos judíos son críticos a las políticas del Estado de Israel (la agrupación Judíos amigos de Palestina por ejemplo) ó incluso críticos a la misma existencia de Israel, como los judíos ultraortodoxos Neturei Karta, que se oponen totalmente a la existencia de Israel e incluso participan en actividades del grupo Hamás siendo judíos devotos. En sus orígenes, el sionismo era una ideología gestada por judíos seculares ya que los ortodoxos pensaban que sólo Dios podía restaurar Israel, por lo que los judíos ortodoxos del siglo XIX eran antisionistas. Así, no se puede decir que antisionismo y antisemitismo sean sinónimos pues, no todo sionista es judío, ni todo judío es sionista. No obstante, la gran mayoría de los antisemitas suelen utilizar el antisionismo como método para deslegitimar el derecho a la existencia del Estado judío.
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